Los Masai

LOS MASAI

Esperábamos con emoción el encuentro con los Masai. Los habíamos visto en la película «Las nieves de Kilimanjaro». Me habían impresionado sus danzas, con esos saltos que parecían imposibles. Partimos de Nairobi, en una furgoneta (de las que tienen el techo levadizo para poder tomar fotografías en los safari fotográficos a la fauna), con tiendas de campaña, pertrechos para cocinar y alimentos. Nos acompaña un chofer kikuyu y un intérprete de swahili y maa (lengua de los masais) al inglés, que nos saludaron con una leve sonrisa al cargar la furgoneta.

Nos dirigimos al sudeste de Kenia, cerca de la frontera con Tanzania, al parque «Masai Mara» por una carretera estrecha y a veces, caminando al lado de la carretera, encontramos hombres y mujeres ataviados a la africana moderna, algunos con ganado. Los 230 Km. que separan Nairobi del parque, se hicieron largos.

Produce cierta paz el paisaje de un valle verde, salpicado por acacias, que se interrumpe con pequeñas aldeas. La etnia masai esta situada en esta reserva de la sabana, totalmente diferente al resto de las que podamos ver en Kenia, acorralados por el progreso.

Tal y como deseamos, empezamos a ver ñus, cebras y gacelas. La luz del atardecer es amarillenta. Excitados, miramos a través de las ventanillas de la furgoneta, estamos a unos metros de estos animales que hemos visto en zoológicos.

Llegada a la aldea

Mpilínkuani, así llamaban a la aldea. Un grupo de niños rodea la furgoneta. Nuestro guía se dirige a unos ancianos en la entrada del corral del poblado, con un suelo formado por los excrementos del ganado. El olor es tan fuerte a excrementos y orina, que te quedas aturdido. Las moscas, que sientes como se te posan y corren por tu piel en busca de algo que chupar. Después de unos minutos, saludamos a esos hombres y negociamos el poder acompañarles durante diez o doce días en su vida cotidiana les entregamos unos regalos y dinero. Nos designaron un lugar donde acampar a unos ochenta metros del poblado.

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Nuestra vivienda

El lugar estaba lo suficientemente lejos para no molestarles. Mientras montábamos las tiendas, un grupo de chavales observaba la operación. Aunque se estaba ocultando el sol, con el ejercicio el calor se hacia insoportable y parecía que los niños llevaran incorporada una nube de moscas.

Entre el chofer y el intérprete encienden una hoguera, que durará hasta la mañana del día siguiente (es para ahuyentar las fieras). Cenamos a base de latas y nos metimos en nuestra tienda de campaña, atando las faldillas de la entrada como, si de una puerta blindada se tratara. Había refrescado y el saco de dormir no te molestaba.

Después de una noche con mil ruidos extraños en la sabana y no haber descansado, al amanecer nos invitan para que acompañemos a unos jóvenes pastores con su ganado. Un café y listos.

Los pastores masai

Temprano el poblado retoma el bullicio, los niños juegan a pesar de la temperatura, para nosotros gélida.

Los masai son un pueblo de pastores. Su manera de vivir es igual a la que durante siglos llevaron sus antepasados. Su día a día, esta gobernado por la salida y la puesta del sol.

Seis hombres jóvenes están separando la cerca de espinos, que protege al poblado y al ganado de los depredadores. Como si se supieran el camino, salen unos sesenta bueyes y se dirigen hacia el sur. Los jóvenes hablan contentos entre ellos.

Estábamos impresionados con los cuerpos de los masai. No les sobra ni un ápice de grasa, son altos, poseen una gran belleza y se consideran una raza superior; son fuertes y extremadamente ágiles. Adornan su cuerpo con collares de cuentas, brazaletes, pendientes y como vestido, portan una especie de sabana o manta de color rojizo. Tienen un complicado peinado, con trenzas largas untadas en grasa y barro, que les tiñe de un color ocre, con lo cual parece que todos portan pelucas de ese color. Completan su vestimenta con una lanza de hierro y un cuchillo largo a la cintura.

Viven siempre arraigados a su ganado. Sienten mucho cariño por sus bueyes. Para ellos son un símbolo de riqueza y poder, llegan a estar tan unidos, que conocen el sonido y el temperamento de cada uno. En sus reuniones, los pastores cantan detallando la hermosura de algunos y el aprecio que le tienen.

Nos volvemos con nuestro intérprete hacia el poblado. Vemos un grupo de jirafas muy cerca. Están comiendo de una acacia espinosa sus hojas verdes, a una altura de unos cinco metros.

Su economía esta basada en el pastoreo. Desprecian la agricultura, que consideran una actividad indigna, por lo que rechazan los productos de la tierra.

El poblado

El jefe nos invitó a ver cómo los hombres cogían una vaca. Le ató una cuerda fuertemente al cuello y un anciano masai, con un pequeño arco muy cerca del cuello del animal, le disparó con gran pericia, la flecha a la yugular, que se había hinchado por el efecto de la cuerda. Inmediatamente, manó un chorro de sangre continuo, con el que una mujer llenó una calabaza, nos dijeron que cuando es adulto el animal, le sacan hasta dos litros. Mientras tanto, apretaron en el lugar donde la vaca sangraba para que se secara la sangre y la dejaban ir. Me recordaba, en cierto modo, a la matanza del cerdo en España: como recogen la sangre del cerdo.

Por las tardes entre el intérprete y el chofer, encienden una gran fogata que durará hasta la mañana del día siguiente, para ahuyentar a las fieras. Nuestras comidas y cenas son a base de latas de alubias, arroz, huevos y latas de sardinas. Eso si, las moscas te persiguen como las avispas lo harían al golpear una colmena.

Las mujeres y los niños

Las mujeres suelen ir con la cabeza rapada y adornarse con cintas multicolores y con grandes collares de cuentas, los cuales llevan colocados uno tras otro. En ocasiones se ciñen los brazos y los tobillos con gruesos filamentos de cobre. Hombres y mujeres por igual acostumbran a alargarse los lóbulos de las orejas de las que cuelgan pesados pendientes y ornamentos de cuentas. También es habitual que decoren artísticamente sus cuerpos con una mezcla de sebo de vaca y tierra ocre, que trituran hasta convertirlo en polvo fino.

Un grupo de mujeres bate sangre y un poco de leche recién ordeñada. Se forma un gran coágulo en el palo que bate y se agolpan los niños para comérselo y bebérselo. A los bebes se les llenan los lacrimales y la boca de cientos de moscas, ávidas de humedad. La alimentación es casi exclusivamente de leche y sangre de los bueyes. A nosotros también se nos posan las moscas en la boca. Notas sus patas correr por tu piel… Un manotazo suele ser la reacción. El repelente no siempre es efectivo.

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Costumbres

Aunque rara vez se alimentan del ganado, de vez en cuando matan alguna oveja o cabra. Ahora bien, cuando lo hacen, no desperdician nada. Los cuernos los emplean como recipientes; con las pezuñas y los huesos hacen adornos, y curten la piel para confeccionar calzado, ropa, coberturas para dormir y cuerdas.

Comen carne sólo por motivos festivos. Los alimentos vegetales que consiguen son semillas y frutos de plantas silvestres. Nos comenta el intérprete, que UNICEF está haciendo una campaña de aporte de vitaminas a los niños.

Durante el caluroso día, me siento con el intérprete cerca de un grupo de mujeres masai, a la sombra de una acacia y las observo coser cuentas en pieles curtidas, en las que forman intrincados dibujos. Por su alegre conversación, mezclada con las risas, parece que nos ignoran. Esnifan algo parecido al rapé, mezcla de tabaco con semillas. A lo largo del día, las mujeres también buscarán agua, recogerán leña, repararán su vivienda y atenderán a sus pequeños.

A algunos masai no les gustan las fotos. Dicen, como otros pueblos, que una fotografía les roba el alma. Cuando no quieren, les respetamos.

Las enfermedades

La malaria hace estragos en la población. Hay muchos mosquitos. Dos veces nuestra furgoneta, llevó a un remoto ambulatorio un grupo de afectados con fiebres muy altas, algunos moribundos. Nosotros, tomamos «Resochin» un fármaco antipalúdico, que en realidad no te protege totalmente, si te pica el mosquito anofeles infectado, pero te da una reacción más débil. Varios niños padecen disentería. La mortalidad infantil es alta.

En la oscuridad de la noche, miles de insectos voladores están alrededor de nuestras luces portátiles, multitud de ruidos desconocidos… (Nos dicen que son las hienas) y un león lejano que ruge y suena «tremendo», como si tuviera un amplificador de conjunto musical. Es preferible no pensar mucho sobre la protección de la hoguera. Habíamos cenado judías con huevos a la plancha. Eran los momentos en los que (con cierta similitud al fuego de campamento) teníamos espectadores, aunque al no poder comunicarnos con ellos, les ofrecíamos galletas saladas o cigarrillos, que la mayoría de las veces rechazaban. Por la mañana descubríamos, los enseres de cocina desperdigados. Por las hienas que habían revuelto las basuras sacándolas fuera de las bolsas.

El poblado por dentro

Entramos en el poblado. Los pies se hunden en una especie de fango, formado por excrementos de las vacas. Las mujeres aprovechan las plastas frescas para dar una capa más a su cabaña. También hacen pequeñas tortas con el estiércol, que al secarse les sirve de combustible para cocinar. Moscas negras, -es lo que recuerdo como una pesadilla-, acuden a las deposiciones de los animales. Alrededor de una docena de cabañas, están dispuestas en círculo y forman el poblado. Las construyen con ramas, troncos, una masa de barro y estiércol que dejan las paredes muy duras al secarse, guardan el ganado dentro del círculo al anochecer. Los terneros duermen dentro de las cabañas, dando así calor en las noches frías. Saludamos a las mujeres con gestos, que están repasando un lateral de la choza con boñigas. Todo el poblado está protegido por una empalizada de espinos para impedir que las hienas o leones ataquen al ganado o a ellos.

Cuando disminuye el calor y empieza a atardecer, los pastores comienzan el camino de regreso con el ganado. Los animales, que se dirigen al poblado, levantan una nube de polvo rojizo. Después de encerrado el ganado en el corral, los hombres caminan entre los animales acariciándolos y admirando su belleza. Las mujeres entre las vacas, las ordeñan con destreza y llenan sus calabazas.

Un nuevo día

Por las mañanas, mientras desayunábamos (con un sol que ya quemaba), el paisaje era inolvidable: la sabana verde brillante y no muy lejos: jirafas, impalas corriendo siempre a saltos, topis, ñus, cebras… ¡que privilegio!

Los mayores en grupo hablan de sus cosas con el brujo, que responde a nuestras preguntas: los jóvenes deben dar muerte a un león, armados exclusivamente con la lanza y el cuchillo. Es una prueba para demostrar su valor. El gobierno prohíbe a los varones masais la caza del león, ni siquiera para defender el ganado. Desde hace más de 20 años le exige el cumplimiento de esta orden para evitar su extinción, aunque algunos la incumplen clandestinamente.

Difícil comunicación

Era difícil comunicarnos sin intérprete, sólo con sonrisas y alguna palmada en la espalda. Un día sentado con unos jóvenes pastores, uno de ellos me da un golpazo en mi brazo. ¡Me quedé asombrado! Tse-tse me dijo. Tardé en darme cuenta que lo que faltaba era que nos picara un mosca tsé-tsé, (la de la enfermedad del sueño). Los masai vacunan a sus vacas, protegiéndolas esta enfermedad.

Los niños nos visitaban en nuestras tiendas. Les habíamos dado galletas saladas el primer día y luego era el pretexto.

El brujo nos llevó al río Talek a recoger plantas para curar en sus ceremonias. Nos cuentan que la sociedad es patriarcal. Las niñas, en una ceremonia de iniciación, sufren la extirpación clítórica y los niños en otro rito, la circuncisión. Los matrimonios son decididos por los padres desde la infancia. Después, la mujer pasa a ser una posesión personal del marido.

Practican la eutanasia con los enfermos, que son llevados a la selva abandonados hasta su muerte.

El Gobierno, les estrecha su territorio no les es posible sentirse libres. Los antaño belicosos masai, ya no son guerreros, son sólo pastores de vacas.

El desarrollo del turismo y ellos atraídos por la modernidad, abandonan su cultura original y muchos sirven como reclamo turístico.

El baile

Los jóvenes han estado toda la tarde decorándose las piernas con barro ocre. Se hacen dibujos con sus uñas o ayudados por palitos, siempre diferentes unos a otros. Ya adornados, emiten un ruido rítmico, como un canto de guerra. Uno a uno.

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Los guerreros masai se sitúan en el centro y dan unos espectaculares saltos verticales. Es como una competición a ver quien consigue más altura. Pueden seguir bailando hasta que, muy adentrada la noche, todos terminan exhaustos. ! Es un espectáculo inolvidable!

 

La marcha

Cuando salimos del poblado con la furgoneta, sentimos un gran cariño por ese pueblo tan “autentico” Los niños corrieron junto a la furgoneta en marcha despidiéndonos. Decimos adiós a las de las jirafas, impalas, ñus, cebras, búfalos, leones…

1983

Emilio Polo

 

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