Los Huicholes

LOS HUICHOLES

En la Sierra Madre occidental de Méjico, los huicholes conservan sus costumbres gracias a la inaccesibilidad del lugar, que ha permitido a su cultura contaminarse muy poco de la que llevaron los españoles.

Los indios huicholes se localizan principalmente al norte del estado de Jalisco, en los municipios de Mezquitic y Bolaños y al este de Nayarito. La zona Huichol está atravesada por Sierra Madre, constituyendo una de las más inaccesibles y aisladas regiones de Méjico. Cuenta con elevados picos, que van de 1.000 a 3.000 metros de altura; profundos barrancos y tortuosos cañones formados por los ríos que corren en la región.

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Plantón

Había llegado el momento heróico de dormir, y digo heróico después de haber descubierto que en el campo donde aterrizó la vieja avioneta alquilada, lleno de matojos y cactus (zona de Santa Cruz), estaba plagado de pequeños alacranes muy peligrosos, anidados debajo de los pedruscos, que abundaban por doquier. No había un alma. Nos habían prometido un camión para trasladarnos, y estaba anocheciendo. Decidimos esperar al día siguiente la llegada del transporte.

El lugar era desértico.Una pequeña casa de adobe, con techo de paja y tres somieres metálicos viejos y oxidados, agrupados en el exterior. Nos habíamos sentado en ellos, esperando el camión. Curiosamente, nos llamó la atención que debajo de cada una de sus patas había una lata pequeña con petróleo. Sacamos la conclusión de que anteriores visitantes, habían utilizado esta artimaña, para aislar el somier de posibles alacranes indeseables.

Saqué mi saco de dormir de su bolsa, en la que estaba apretadamente enrollado; así se evita que se metan bichos y en sueños se aplasten y produzcan una picadura (con terribles consecuencias). Sin pensar en ello, mirando al cielo estrellado de Sierra Madre y sintiendo el aire fresco en mi cara, me duermo dentro de mi saco momia.

En marcha hacia nuestro destino.

El camión no llegó, pero apareció un hombre con cinco burros para transportarnos. Así se desplazan ellos por sus tierras. Utilizan estos animales para cargar agua y herramientas.

Estaba saliendo el sol y ya hacía mucho calor.

Cabalgando sobre remudas, (así llaman a los burros) y formando una caravana por veredas empinadas y cortados rocosos, nos adentramos en el corazón de Sierra Madre, una de las más inalcanzables e incomunicadas regiones de Méjico.

Cactus gigantescos me recuerdan películas del Oeste. Cae el sol de plano. Nos protegemos con sombreros de paja. A las pocas horas, hacemos un pequeño descanso para tomar unas latas de sardinas, con tortillas de maíz.

Admiro el equilibrio de estos animales (y también el mío), andando sobre roca. Sus herraduras resbalaban constantemente. Me agarro como puedo a la montura y me autoconvenzo de que estas mulas deben estar muy acostumbradas a patear estos parajes y, por tanto, el riesgo de caída disminuye.

Diez horas hemos necesitado para llegar a Santa Bárbara. Se suponía que el camión nos acercaba al rancho en pocas horas. Está anocheciendo. Es un pequeño rancho, formado por varias casas, todas ellas de ladrillos de adobe y techo de paja.

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Son hospitalarios y nos ceden una casa.

Los huicholes se reúnen en una pequeña plaza. No son muy dados a que les visiten extranjeros y les fotografíen. Les enseñamos un permiso de la Autoridad de la zona y mostramos nuestro deseo de conocer de cerca una ranchería y sus costumbres, porque, les aseguramos, que en España gustará conocer los detalles de su cultura. Se muestran amigables. Deciden, después de un donativo para la comunidad, dejarnos unos días vivir con ellos. Nos designan una casa vacía con el piso de tierra. No tiene ventana. Es normal, según compruebo después.

Todas las casas son de barro, piedras y carrizo entretejido, con techos de paja y piso de tierra apisonada. Solo una estancia, sin ventanas, donde se emplazan: la cocina -de leña- y el dormitorio. Fuera, las gallinas y otros animales corretean sueltos entre algunas pequeñas construcciones, con techos de paja, que sirven para guardar maíz o leña. Hay pocas vacas y la mayoría de las veces el rebaño, es de un sólo animal. Las mujeres huicholes son muy tímidas y siempre están trabajando.

Improviso una cena, con el camping gas, de una sopa de sobre y carne en lata.

Sobre una esterilla, nos acostamos en nuestros sacos. Tantas horas en burro nos dejaron el cuerpo roto ¡estamos molidos!

Paseando por el rancho

Llama poderosamente la atención su pulcritud en el vestir cotidiano: pantalón y camisa blancos, con bordados en la parte inferior con diseños simbólicos hechos en punto de cruz por sus mujeres, madres o hermanas y sombrero de palma, a veces adornado con plumas y colas de ardillas, pañuelo al cuello y sandalias con correas de cuero y una bolsa tejida, colgada del hombro. Algunos llevan al cuello medallas católicas. El vestido de la mujer raramente es tan elaborado como el del hombre. Usan faldas y blusas multicolores; suelen ponerse un «paliacate» -especie de pequeño mantón-, sobre la cabeza. Los huicholes de la Sierra Madre occidental de Méjico conservan en gran medida sus costumbres, sus ritos y fiestas ancestrales, ningún grupo etnico de Mexico es tan puro en sus tradiciones.

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Los niños nos rodean curiosos. Les entregamos caramelos y se forma una gran algarabía, surgiendo niños de todas partes. Los perros ladran. Un viejo, sentado en la puerta de su casa, contempla la escena y nos sonríe con complicidad.

Nos presentan a la persona de más edad, que es considerada jefe de la familia y vive con su esposa o esposas (ya que sus formas de organización social permiten la poligamia), con sus respectivos hijos, hermanos y primos, constituyendo una familia extensa. Los matrimonios son endógamos. La elección de la pareja la hace el hombre (aunque en algunas ocasiones puede hacerla la mujer), quien comunica sus deseos a sus padres, los que a su vez lo hacen saber a los padres del novio. De ser aceptada la solicitud la boda, se realiza de acuerdo a la tradición huichol.

Vamos a la siembra del maiz

Acompañamos a un grupo de hombres que van a la siembra del maíz, a un terreno comunal y pedregoso: la ladera de una montaña. La raquítica economía huichol descansa en la agricultura tradicional,básicamente el cultivo del maíz, aunque se produce también fríjol y calabaza. Los hombres empiezan a clavar estacas de madera en la dura tierra, con el fin de hacer un pequeño hoyo, para luego echar un grano de maíz y taparle con un poco de tierra, empujada con el pie.

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Una casa familiar

Una familia huichol nos abre sus puertas, ofreciéndonos unas tortillas, que hacen de una forma curiosamente rudimentaria, repitiendo los procedimientos de sus antepasados: la señora tritura el maíz con un primitivo sistema de piedra contra piedra, con lo que se produce la harina. Después, con un poco de agua hace una masa, a la que da forma de tortilla con sus manos y la extiende sobre una chapa de hierro caliente, para que se cocinen así las tortillas. Como la mayoría del maíz que se cultiva es pinto, la mezcla tiene al final el mismo color que la tierra y su aspecto es similar a las tortitas que pueden hacer nuestros hijos en la playa con la arena. También cultivan maíz azul, rojo y verde y lo conservan colgado del techo de sus cabañas. Con este maíz, de distintos colores, confeccionan tortitas.

Estéticamente, las tortillas de maiz pinto no son muy apetecibles, pero cuando las pruebas el sabor es bueno. Después comimos pinole, atole y frijoles con chiles jalapeños, tan picantes que nos dejaron un doloroso recuerdo en la boca por unas horas.

El shaman

Nos presentan al shaman o «marakame». Es el cantor y el curandero de la comunidad y tiene gran influencia sobre ella. Actúa en todas las fiestas y es llamado continuamente para curar enfermedades. Tras una ceremonia de rezos y cánticos, el shaman chupa, absorbiendo en la zona enferma, logrando extraer el mal del cuerpo, con grandes dificultades para el shaman, que entra en un estado de éxtasis, que le deja desfallecido.

Este puesto es hereditario y el titular enseña sus cantos y el arte de curar a uno de sus hijos. Los huicholes tienen gran fe en el poder del curandero y lo consideran superior al médico mestizo. La enfermedad es enviada por castigo de algún pecado. Su religión es una mezcla complicada de algunos ritos tradicionales y catolicismo de la época colonial.

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Para los huicholes no existe la palabra Dios, pero para ellos son sagrados el sol, el fuego, el maíz y el peyote. No hay Divinidad Suprema, todas forman una gran comunidad.

En sus chozas, elevadas sobre pilares para evitar las alimañas o el agua y el barro, los huicholes no dejan descansar sus manos y tejen o rematan telas increíblemente coloridas, llenas de ingenuidad y viveza. Sus rostros brillan con el amarillo de sus tatuajes y el color cetrino de su piel.

El peyote

Los hombres van a buscar el peyote, el cacto sagrado. Nos unimos a ellos extrañamente excitados ante la idea de encontrarlo, ya que nunca lo habíamos visto, pero sí oído muchas historias. Anduvimos alrededor de kilómetro y medio sobre un camino de tierra; después cortamos a través del pedregal y, en poco más de una hora, nos hallamos al pie de los cerros. Pese a que la mayoría eran de avanzada edad, mantenían un paso increíblemente rápido, que nosotros a duras penas podíamos seguir.

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Nos sentamos al llegar para descansar un poco antes de la recogida y nos comentan que tendrá lugar una gran fiesta esta noche. Observamos el ritual de la recogida del cacto, que sobresale unos centímetros de la superficie, estando enterrada la sexta parte de la planta. Es un cacto pequeño de color verde grisáceo, los forman unos seis gajos. Con cuchillos logran extraer pequeños manojos sin dañarlos. Su crecimiento es muy lento, 15 años para un buen ejemplar. Es rico en alcaloides, el más importante es la mescalina, con potentes efectos narcóticos.

Al regresar al rancho, presenciamos el sacrificio de un pequeño becerro para la fiesta. Me ofrezco para ayudar a descuartizar con uno de nuestros grandes cuchillos, (no es que yo sea un experto, pero si un “echao pa’ lante”) ya que ellos no disponen más que de unos muy pequeños y creo que tendrían gran dificultad para despiezar el animal. Los indios me sonríen contentos.

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Las fiestas son numerosas y están abiertas a todo el que quiera ir. Se come y se canta y el anfitrión ha de sacrificar un animal para la comida. Durante la cena, un hombre mayor me cuenta historias de las cosechas, del ganado… Unas las entiendo y otras no tanto, pero si entiendo que se esta abriendo contándome lo suyo.

El riachuelo

En un riachuelo cercano al rancho, hoy aprovecho para hacer la colada. Cuando estoy terminando, llegan unas mujeres con grandes latas para recoger agua. Escucho risitas y supongo que comentarán algo de la noche anterior. Unos niños juegan tirando piedras al agua.

Qué diferentes sistemas de vida contemplo a través de mis viajes. Sería muy difícil determinar cuál es el más atractivo. Depende del momento y las circunstancias.

Regreso a nuestra choza. En el camino coincido con las mujeres del río, que llevan las latas llenas de agua sobre la cabeza y siguen en animada charla. Al entrar en la plaza, unos niños se me acercan y sonríen; sospecho que les gustaría algún caramelo como los que otras veces les he dado; les reparto uno a cada uno y huyen rápidamente.

Artesania

Nuestras comidas atraen, como siempre, a los más curiosos; los frijoles los condimento de manera diferente a ellos, y aunque tenemos pocas provisiones, les son desconocidas. Habíamos visto a una muchacha tejer en la puerta de su casa una faja de lana con dibujos de colores llamativos; nos invitó para que viéramos su pequeña exposición dentro de su casa. Cuando podía, enviaba alguna artesanía para vender en la ciudad. Tenía morrales de lana y algodón, cintas bordadas, cinturones, pero lo que más nos llamó la atención fueron unos cuadros elaborados en unas tablas decoradas con dibujos, hechos con lanas multicolores, llamadas «caras o dibujos del mundo». Las hacía un joven, que contó que los dibujos eran proyecciones, basadas en sus creencias religiosas. Aseguraba que en los éxtasis conseguidos mediante la ingestión del peyote, lograba visiones que posteriormente plasmaba en sus trabajos. En los éxtasis, dice ver a los santos como si fueran grandes pinturas coloreadas de hombres y mujeres, que caminan con ropas de colores, oye al sol hacer ruidos y ve flores, colores y luces.

Las mujeres tienen una gran habilidad para tejer y no sólo lo hacen eficientemente, sino que combinan colores y diseños, que darían envidia a cualquier profesional “civilizado”, ansioso de abrirse camino en Nueva York o París.

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Me pongo a hacer la cena. Para variar, frijoles con tomate y sardinas de lata. Como siempre, niños y hombres nos rodean para contemplar el espectáculo, que rompe la monotonía de su vida. Unos niños me entregan un trozo del solomillo de la matanza y rápidamente cambio el menú, sustituyendo las sardinas en aceite por el solomillo.

La fiesta e invitación de peyote

En la noche, una gran hoguera nos anuncia la fiesta. En la plaza presiden: el Shaman, el gobernador y el juez. Para sus fiestas acostumbran pintarse la cara con dibujos simbólicos. Se inician los cánticos, se toma el peyote, los hombres danzan juntos y más tarde lo hacen las mujeres.

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Para los huicholes, el peyote es como un sacramento, en el que pueden alcanzar un estado de éxtasis. Un viejo cercano nos adivina el deseo de probarlo y nos lo ofrece: Tomé al azar un trozo y lo metí en mi boca. Tenía un sabor rancio. Lo partí y empecé masticar. Tenía la misma consistencia que el corcho blando y estaba muy amargo. Sentí ganas de escupir, miré a los demás y por dignidad y curiosidad, seguí. Mi boca quedó adormecida. El amargor aumentaba conforme iba masticando, provocando mucha saliva. Al final tenía un haz de hebras como si fuera caña de azúcar. Empecé a dudar si merecía la pena, aguanté un buen rato. Al final, tragué saliva y disimuladamente lo escupí. Intenté beber agua, pero sentí una mano que me impedía coger la cantimplora. Era el viejo que me ofreció el botón de peyote. Me miraba fijamente a los ojos y me dijo que sólo me lavara la boca y que no bebiera porque vomitaría. Sentado en el suelo, estaba sudando. No sabía si era debido a la cercanía de la hoguera. Estaba nervioso y sentía náuseas y retortijones. No sabía si cerrar los ojos y abandonarme al sueño o mantenerme en vigilia, observando mis reacciones.

Quedaban dos o tres hombres bailando, el resto sentados y recostados en una pared junto a mis compañeros. No se si tenian los ojos cerrados o abiertos y como estaban. No tenia fuerzas para comprobarlo.

Para tranquilizarme, cerré los ojos, relajándome y quedándome en situación de recepción a las nuevas sensaciones que tanto me habían contado. El viejo me entrega otro botón de peyote, asegurándome que me encontraría muy bien después de unos momentos.

La sensación era similar a la tenida en sueños con fiebre muy alta. Una luz potente y centelleos de colores. ¡Paisaje extraño! Alucinaciones, que al final no fueron desagradables.

Una espiral en movimiento con fondos de colores en violeta y azul, perdiéndome en un abismo. Sin angustia, recordaba mis sensaciones, que eran extrañas, pero no desagradables. Estaba tan agotado que me fui a dormir, dejando a los demás que continuaron la fiesta durante gran parte de la noche.

La mañana es tranquila, la gente descansa de la fiesta. Voy al riachuelo como todas las mañanas, me gusta sentarme en una de las grandes piedras, que alguna vez fue arrastrada de la montaña, y contemplar el espectáculo.

En la época de sequía o en invierno la gente elabora artesanía, que después llevan a la ciudad para vender en las tiendas. Otros, viajan a las plantaciones de tabaco como braceros, o en el corte de caña de azúcar. La familia huichol no es autosuficiente en cuanto a productos como el azúcar, café y sal, que tienen que ser comprados. El comercio entre ellos es desconocido. Utilizan el trueque, sobre todo con ganado y con bestias de carga. La tierra es comunal y no puede ser comprada o vendida. No se aprueba entre ellos la exhibición de riqueza Desde un principio y hasta la fecha, los grupos huicholes se han opuesto enérgicamente a todo aquello que les es extraño. El proceso de aculturación ha sido menos intenso que el que se ha dado en otros grupos indígenas, conservándose en gran medida la cultura tradicional.

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Llega la despedida

Hemos pasado una semana con estas gentes hospitalarias y generosas que no nos han tratado como extranjeros. Me atrevería decir que como vecinos. No los olvidaré, como recuerdo me entregó el shaman una tabla-cuadro de sueños y cielos, hecha por el shaman en sus sueños con el peyote.

Emilio Polo

Fotos: Carlos Eloy Fernández

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